" La voz más grave del cuarteto "-me había dicho Renée y yo me puse a pensar, porque era tan fuerte el poder de ese conjunto donde se fundían la palabra y la música, que yo me abandonaba a la emoción, por ejemplo en Ya no me quieres, de María Grever, o Profecía, de Adolfo Guzmán, y aceptaba con la mayor naturalidad ese cambio de piel que lo hacía por momentos sonoridad de varias y sonoridad de una mientras era en el fraseo donde estaba amarrado el sentido profundo de esa correlación letra-música, que, definitivamente, mandaba. Dos virtudes principales veo en Aida: el haber gobernado desde el feeling, es decir desde el sentimiento que daba a la idea su más bello y expresivo sentido (cosa nada frecuente en muchos de los conjuntos vocales de nuestra historia musical) y el buen juicio de saber a cuál de las voces le asignaría cada línea en una secuencia armónica, en función del brillo y la expresividad. Esto me lo explicaba Meme Solís, que había estado muy cerca de Aida y asimilado sus recursos. Él me decía que la genialidad de Aida estaba en saber que no siempre el timbre más delgado debía asumir el fragmento melódico más agudo o las notas más altas de un acorde. No sé si me hago entender pero léanlo varias veces y escuchen con detenimiento los dos ejemplos mencionados, en las grabaciones del único disco que grabó ese primer formato de Las d'Aida.
Entonces, sucede que se nos clava en el oído con la fuerza de un resplandor, el matiz de una voz que dice "si has encontrado una nueva ilusión", en un fragmento de Ya no me quieres donde la melodía principal se despliega en una misma nota mientras que las otras tres voces se mueven y reconocemos a esa "voz más grave del cuarteto" de la que Renée me hablaba y cuyo nombre todavía me era desconocido pero cuyo poder estaba ya inventariado en la lista de mis emociones.
Una expresión genial del habla popular se refiere al "metal de voz"; me encantaría saber quién fue el genio que armó por primera vez ese sello aplicable a las aventuras del cantar, que no nos hemos cansado de traer a la conversación. No se trata de captar un sonido metálico sino de dejarnos flechar por ese reflejo que nos trae generalmente una voz y que acentúa su sentido cuando se trata de un canto como el de Elena Burke (si bien, las cuatro de aquel cuarteto ostentan esa singularidad que ningún otro conjunto vocal que yo recuerde, logró afilar para su propio bien y para bien del grupo.
Claro que, en un momento dado, conocí su nombre.
(Continuará.
) AIDA DIESTRO