viernes, 29 de junio de 2018


 ELENA QUERIDA (diario de navegación)
El año 58 vino lleno de novedades. Elena se desprendió del cuarteto y emprendió su camino como solista; fue madre; vio abrirse la posibilidad de grabar su primer disco de larga duración. Renée dejó atrás su labor haciendo cantar a los niños de kindergarten; comenzó a tener oportunidades en pequeños sitios nocturnos y en espacios radiales y formó, con Nelia Núñez, un dúo de características irrepetibles, integrado por una voz de contralto y otra de soprano, bellamente coloreadas y abarcadoras de un amplio espectro sonoro así como de un insólito sentido del trabajo armónico.Frank Domínguez no se quedó atrás: mientras crecía su éxito como compositor gracias a versiones insuperables de sus canciones en voces como Olga Guillot, Fernando Álvarez o Lucho Gatica, creó personalmnte a piano y voz, y a partir de la primera temporada con Elena en la zona ya floreciente de La Rampa, espacios llenos de  de vitalidad y atractivos para los amantes de la canción bien dicha.

Allá lejos quedó La Lisa; los aires de El Vedado sedujeron al inspirado autor de Tú me acostumbraste y Refúgiate en mí:  Frank se instaló en su palomar al centro mismo de esa cada vez más exitosa zona de la ciudad, donde fomó su nido con la bellísima Fina  dispuesto a adelantársele en eso de traer descendencia al mundo, a su bienquerida amiga y compañera de sueños en las noches de Sans Souci.

Al actor Guillermo Álvarez Guedes, desde su modesto sello discográfico Gema, le debemos esa iluminada idea de lanzar la voz, el estilo, la musicalidad tan especial de Elena, teniendo como puntos de apoyo, de un lado,  un especial sentido del repertorio hecho a la medida de un posible "conócete a ti misma" que  pondría de manifiesto la dimensión y el señorío de la cantante en todo su alcance, y del otro lado, una garantía de la excelente factura de su puesta en música bajo la dirección  y las ideas orquestales de Rafael Somavilla, cuyo buen juicio aseguraría el éxito amparado en la participación de un grupo de lo más selecto de los instrumentistas cubanos del momento en cualquier orden de que se tratara. Pienso en el hombrecillo de corta visión encarnado en su papel de empresario de moda, que siguió de largo cuando Elena --estrella por naturaleza-- no quiso proyectar su luz desde la propuesta mediocre que su gusto trataba de imponer, y no tengo capacidad de elogio y gratitud hacia el genial actor cómico y hombre de música que apostó tan en serio por una conocedora del repertorio de su tiempo, de cuya altura se desprendería cada diálogo genial  que podemos advertir y disfrutar,  con  que el joven arreglista se ponía a prueba a sí mismo en grande, sin albergar la menor duda de que el resultado sería esa verdadera pieza de colección que es el disco Elena Burke / Vivo en mi soledad, identificado como Gema LPG1121
Tanto en los solos como en el trabajo de conjunto, la más simple audición percibirá, de inmediato, la excelencia de cada uno de los instrumentistas. Como casi siempre en aquella época, se agrupan en la placa doce títulos en total.  La calidad de los textos, la riqueza armónica y melódica de la música, hacen posible que se pongan de manifiesto toda la brillantez que la personalidad de esta singular artista era capaz de irradiar.
Obras de muy reciente creación como De ti enamorada, de Julio Gutiérrez o Libre de pecado, de Adolfo Guzmán, cierran filas con las más añejas Perdido amor, de César Portillo de la Luz, Anda, dilo ya, de Ernesto Duarte, Mil congojas, de Juan Pablo Miranda y Vivo en mi soledad, de Eligio Valera, que da título al disco. Predominan en la Cara B canciones del más apreciado repertorio de todos los tiempos nacidas de los mexicanos Mario Ruiz Armengol, Maestro de Maestros (La triste verdad o Aunque tú no me quieras) y ¿Qué dirías de mí? de la inmensa María GRever. Entramada en líneas generales en un recio, comedido dramatismo, la selección suelta sus amarras en un par de momentos, para dejar que aflore ese punto de picardía con que La Burke acostumbró, de por vida, sazonar sus entregas. Es el caso de El hombre que me gusta a mí, de Frank Domínguez y Juguete, del puertorriqueño Bobby Capó.
 Aquella joya, programada en la pequeña oficina de Zapata 1456 en El Vedado, dejaba la puerta abierta de par en par para que, de la mano de Elena, hiciera su entrada triunfal en la canción cubana un príncipe nacido en Mayajigua, al centro de la Isla, que se encargaría de dar vida a nuevas e igualmente ricas facetas de la Elena callada, a veces hipersensible, que reclamaban espacio para un tono más íntimo.  Acont muy pronto, la entrada en nuestras vidas, llegada también de aquella zona, una mujer de guitarra cuya sólida huella comenzaría a estamparse en la canción cubana, para perdurar.
Les regalo la imagen que conservo en una pequeña foto que me dejó un día, con la imagen que sirvió como punto de partida para el diseño de carátula de este disco insignia de nuestra Elena querida.

Almendares, 29 de junio de 2018
 


sábado, 23 de junio de 2018



ELENA QUERIDA (diario de navegación)

El año 57 está cargado de acontecimientos para mí, tantos y tan decisivos que, si intento traerlos todos a esta conversación, pierdo el hilo y eso sería imperdonable. Las tardes en mi casa con Elena y Renée escuchando a Sarah Vaughan, en un disco  donde volvíamos y volvíamos sobre dos canciones que no nos cansábamosde repetir: Black Coffee y After hours, que le daba título a esa excelente producción. Merendábamos unas deliciosas "galleticas preparadas" que nos servía mi mamá (pequeños sandwiches con galletica de soda) en las que Elena, desde el primer día,dejó claro que preferiría, no el jamón dulce que casi siempre se utilizaba en ellas  sino el llamado "jamón de cocina"; antojo en el que era complacida con todo gusto por su anfitriona. La tarde se iba a todo correr.
 
Muy pronto, el cuarteto viajó a México (debe haber sido en ese momento cuando se grabó el único, incomparable disco de larga duración con arreglos de Chico O'Farrill, una pieza que no envejece, además de haberse convertido en el testimonio por excelencia de la primera etapa de esa agrupación vocal donde se abría a nuestro oídos el promisorio canto de Omara y Haydée Portuondo, Moraima Secada y Elena Burke, comandadas por Aida Diestro y su piano.Elena, cumplida y cariñosa, nos sorprendió con una postal.

Avanzaba el año y mi amistad con Giraldo Piloto, mi relación cada vez más cercana con los autores agrupados en la pequeña editora Musicabana, hacían soplar los vientos a favor de mis canciones. Bebo Valdés seleccionaba, transcribía y orquestaba tres de ellas para Fernando Álvarez, que las grabaría bajo el sello Gema.

A su regreso de México, no tardaría Elena en dirigir sus pasos, definitivamente, hacia una carrera en solitario que el devenir del cancionero creado en esta parte del mundo necesitaba, para fijar sellos autorales, estilos, gustos diversos o maneras de acompañar a una voz.Se inicia una etapa que agrupa  alrededor de esta cantante ya única a todo tipo de instrumentistas y compositores, y alimenta el gusto de un público que abundará en razones para reverenciar un arte que se niega a perecer. Muchos de mis primeros asombros, tropiezos, alegrías, nacen del gozo de entregar una canción recién nacida a una sensibilidad como la suya.
 
La vida nos hermanó en un naufragio de poca monta cuando un empresario mexicano se mostró interesado en grabarle un primer disco para lanzarla como solista. Ella se le apareció con una canción mía, que me hizo mostrarle y que el hombrecillo despreció, acusándome de estar "componiendo para el año 2000". Ignoro qué otras canciones puede haberle propuesto ella entonces o si viró la espalda, siempre voluntariosa,devota fiel de un tipo de repertorio incompatible con los reclamos facilistas de estos personajes que, de
tramo en tramo, quien más y quien menos en estos combates, ha tenido que tropezarse.Ni mi canción, ni ella,estaban destinadas a navegar en aguas de poco fondo.
 (Almendares, 23 de junio de 2018)

jueves, 21 de junio de 2018

ELENA QUERIDA (diario de navegación)
Elena y Frank Domínguez parecían hermanos, verdaderos aliados, a cualquier distancia que se encontraran, un hilo invisible los unía, posiblemente el gusto compartido por la misma manera de sentir la música. Ambos se presentaban cada noche en el Casino del cabaret Sans Souci, en el escenario que, a espaldas de la barra y a suficiente altura como para que los presentes pudieran disfrutarlos, alternaban el Cuarteto D'Aida y un grupo de futuras glorias de nuestra música: el vocalista era Dandy CRawford y el conjunto instrumental estaba conformado por Frank Domínguez en el piano, César Portillo de la Luz en la guitarra eléctrica, Salvador Vivar en el bajo y Rolando Laserie en las pailas.
    
Elena y  Frank habían decidido mudarse a un sitio muy cerca del cabaret, a pocas cuadras del paradero de la ruta de ómnibus 43, en el barrio de La Lisa. No tardé den hacer amistad con mi admirado Frank; más que amistad, un verdadero sentimiento hondo, de esos que sobrepasan los límites de cualquier denominación en el orden afectivo. Renée, Elena y FRank han sido, desde el momento mismo en que comenzó a consolidarse nuestra amistad, verdaderos pilares que han dado fuerza y sentido a mi existencia.

Una escalerita conducía a la terraza del primer piso en la modesta edificación donde muy pegaditos, verdaderamente soldados, se alzaban dos apartamentos de tan estrecha dimensión que nunca antes, ni después, he encontrado diseño de vivienda similar. Una pequeña sala, un cuarto de baño y una cocina, locales donde resultaba impensable que permanecieran juntas más de dos o tres personas. No sé cómo puede haber subido a ese primer piso o entrado el piano al apartamento de Frank. Un ambiente muy especial, de casas donde verdaderamente se vive a gusto, caracterizaba la coexistencia de aquellos dos seres, cada cual en su nicho, que hacían de cualquier posibilidad de cuchicheo un acontecimiento delicioso, y calabaza calabaza, aquél a sus acordes y la otra a deshacer y rehacer las gavetas reubicándolo todo como si se avecinara una mudada, según fue su costumbre de por vida.
A la noche, emperchados, a bajar con cuidado la escalerita y remontar la calle de la esquina hasta la Calzada de La Lisa rumbo a la faena diaria, con esa ilusión incomparable que desata en todo aquél que hace de la noche día, la posibilidad de cerrar los ojos y pensar, por un momento, que el acorde y la palabra van a sonar más lindos hoy, y que eso es lo que, verdaderamente, cuenta. Aprendí con ellos esa forma de amor.

(Almendares, 21 de junio de 2018

domingo, 10 de junio de 2018

ELENA QUERIDA (diario de navegación)
Almendares, 10 de junio de 2018

Hicimos amistad. Un poco rara, como respetándonos hasta el extremo y eran unas ganas de no tener que hablar sino que la música que nos rodeaba como un telón de fondo, no fuera a presentar filtraciones de otras cosas. Así era también Renée. Siempre había que prestar oído a un pasaje de esta o aquella canción, a una frase de esas que se nos clavan gracias a ese y no otro acorde que sirve de soporte a la palabra. A veces parecía que si no existieran las canciones la vida no sería la miama cosa. Ahora me doy cuenta de que éramos tres mundos y nos parecía que éramos uno solo (claro, la música), y aquello me daba más ganas de hacer canciones y tenerlas listas para la primera oportunidad de hacérselas sonar muy bajito. Ellas me las devolvían crecidas, armadas. 
La visita de Sarah Vaughan a la Habana en enero de 1957, estremeció nuestro pequeño mundo. Yo me sentía realizada cada noche sentándome en el murito desde donde se veía y escuchaba perfectamente lo que estaba sucediendo en la pista y  bebiéndome cada sonido de aquel show donde el piano de Jimmy Hones y el contrabajo de Richard Davies ponían todos los puntos sobre las íes y luego los desparramaban hechos sentimiento en clásicos como April in Paris y Septemberg song o la extraordinaria I'm glad yhere is you. Episodios donde se gestaba lo que vendría después en mi vida. Yo muchacha silenciosa recién atrevida a armar tres o cuatro canciones, convenciéndome en aquellos ratos de que mi razón de ser estaba anclada en la necesidad de no dejar escapar uno solo de los sonidos que iba salvando para toda la vida. compartieron con ella uno de esos ratos que luego no se pueden olvidar,
 Renée y Elena, deslumbradas ante tanta maravilla, fueron más allá y, acompañadas del Dandy Crawford, que se las arreglaría para  deshacer las barreras del idioma, lograron acercarse a la gran Sarah; y en algún rincón del casino luego del show, compartieron algunos de esos momentos que luego no se olvidan. Por ahí anda la foto del día que se emperifollaron los tres y vivieron esa preciosa aventura

Pasada la temporada, de regreso a nuestros esporádicos pero inolvidables encuentros, nos sentíamos  las personas más importantes del mundo escuchando aquel disco que la Vaughan venía promoviendo. Pongo en fila los recuerdos y los estiro acariciando la esperanza de que les lleguen, amigas queridas.
Como puede verse, éste es el intento de fotografiar una foto con el único deseo de traer hasta hoy un trozo de aquellos días; nada podrá anular la carga de alegría que se desprende de ese instante vivido por quienes llegarían a ser en nuestro mundo grandes, al igual que lo fue la amable dama que accedió a compartir un rato junto a ellos sin saber sus nombres ni imaginar siquiera la grandeza que de ellos se desprendería en un futuro nada lejano. De izquierda a derecha, Elena, Renée, Dandy Crawford y la mismísima Sarah-