lunes, 26 de febrero de 2018

ELENA QUERIDA (diario de navegación)

Almendares, 26 de febrero de 2018

A escasas 48 horas de conmemorar el aniversario 90 de la llegada de Elena Burke a este mundo, y cuando ya estaba a punto de renunciar definitivamente al empeño de compartir el modo en que mejor podría hacerlo --pienso yo-- que es mediante la música o la palabra, retomo mi accidentado empeño en emplear el blog como la vía para dejar bien colgado, donde se vea por los muchos y los pocos, ahora que estoy y cuando ya no esté, todo lo que en ella vi, todo lo que por ella sentí, todo lo que recibió mi música desde su manera tan especial de acercarse al alma de un autor.

Mucho trabajo me está costando aprender a abrir la página, dejarme llevar por la fuente y el tamaño que quieran por sí mismos juguetear conmigo y, ya a punto de darlo todo por perdido, se me da un intento que no sé si va a ser el único, un poco a ciegas, dando brazadas como cuando no damos pie en lo hondo pero ya con la experiencia de que la calma es el camino para salir siempre a flote.

Me pregunto cómo habrá sido aquella niña que mantuvo de por vida el gusto por cualquier forma de muñequería, cómo habrá sido aquella chiquitica que desde el primer trazo sostuvo con buen pulso el lápiz y prestó la necesaria atención hacia la buena forma de escribir. Porque más que en frases habladas y caricias, declaró con finura su afecto en la carta breve desde algún sitio donde se sorprendiera extrañando a quienes quedaron atrás o en la permanente ilusión por la bella tarjeta en las festividades que a todos nos unen, a las que no hemos estado dispuestos a renunciar, que seleccionaba con ilusión, cargaba con alegría, desparramaba sobre la mesa y llenaba de esos trazos elegantes, de esas frases personalizadas en las que el destinatario reconocía el pedacito de su corazón que ella le había destinado para siempre.

Qué lindo su trazo llenando hoja por hoja de aquellas libretonas gordas de pasta que olían a promesa, con letras de canciones, con poesías que alguna vez eran propias y jugaban a los escondidos por entre las de otros. Dios nos concede esos detalles mínimos a ver si hacemos de ellos verdaderas partículas de eternidad y, cuando somos cuidadosos, aunque el cuerpo se vaya quedan ellos dando y dando.

Elena querida

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