viernes, 2 de marzo de 2018

ELENA QUERIDA (diario de navegación)



Almendares, 2 de marzo de 2018

No sé qué nombre se ha asignado a este pequeño formato de calendario que vine marcando mis días buenos, malos y regulares desde 1995, uno de los recuerdos que trajo de México Elena para mí. Aprecio mucho ese momento en que se detuvo ante uno de esos yacimientos de pequeños objetos hechos a mano, más con oficio que con arte o digamos que haciendo buen uso del arte de tener oficio. Ella clavaba estos alfileritos en el corazón. Día por día, al darle vuelta a cada trocito para fijar la fecha, algo dentro de mí siempre dijo: Elena querida

El año 28 del siglo XX tiene que haber sido duro en nuestra tierra, y más todavía los siguientes con las atrocidades de los últimos momentos del machadato, cuando la pequeña Elena comienza a tener lo que en mi infancia llamaban "uso de razón", a la edad de cinco años. Yo nací después y todavía durante mucho tiempo escuché a mis mayores rememorar los días y días de comer solo harina de maíz. Yo misma no me explicaba por qué hablaban tanto y tanto de lo mismo. A veces he pensado que ese amor perenne por todo tipo de muñecos, por regalarlos con tanto gusto y amor, siempre poniéndoles nombre, le venía a Elena de no haberlos tenido en la infancia; igual me fijaba siempre en el detalle de que todo lo hacía como si fuera a ponerse a jugar. La veía verdaderamente como una niña que coloca las cosas con cuidado y sonríe en cada nueva ocurrencia, cambiando todo de lugar para verlo de otra forma, ordenando y clasificando los aretes, los pañuelos, los collares, los cassetes siempre con tanto agrado. Configurando y deshaciendo su pequeño ambiente como si jugara a las casitas. Todo aquel que estuviera a su lado, se sentía convocado y, dulcemente, incluido.

A sus diez años quién sabe qué música escuchaba; son cosas que no se cuentan mucho cuando pasa el tiempo pero me pregunto cómo se habrá sentido aquella  diminuta portadora de una musicalidad total, investida de un poderío que quién sabe cómo se movía dentro de su alma a la hora de enfrentarse al sonido,  provocando  sensaciones que quizás nunca describió a los demás. Elena sabía callar, sabía hablar, reír y hacer reír.

Canciones como Inolvidable, de Julio Gutiérrez, La vieja luna, de Orlando de la Rosa o No te importe saber, de René Touzet, llegaban a la vida cuando la pequeña entrenaba su memoria aprendiendo las cuatro reglas y codiciando cualquier pedazo de papel para perfeccionar el trazo, a sus escasos diez añitos.Pueden ser imaginaciones mías. Estas y muchas más. A mí también me gusta jugar. .

 Debe haber sido una niña preciosa.








 

1 comentario:

  1. No solo resulta entrañable, también crea la necesidad de que siga llegando mas por este medio donde podemos recrear otros interesantes momentos, visita ese bello rincón testigo de tu prosa, tus melodías, tu alma

    ResponderEliminar