jueves, 8 de marzo de 2018

ELENA QUERIDA (diario de navegación)

"Ven para que conozcas a la voz grave del cuarteto"--me dijo Renée Barrios, mi primera intérprete, la primera transcriptora de mis canciones. Trabajaba por las tardes como ensayista del cuerpo de baile que, bajo la dirección del coreógrafo Alberto Alonso y teniendo como figura central a Sonia Calero, cubría el aspecto danzario en la pista del cabaret Sans Souci, en cuyos shows relucía el talento  cubano reuniendo en torno al Maestro Rafael Ortega una pequeña orquesta integrada por músicos de la casi siempre vacante Orquesta Filarmónica, todos de altísimo nivel. El elenco se completaba con un pequeño coro dirigido por Cuca Rivero. El floreciente centro de espectáculos, ubicado en La Lisa, abarcaba un área de cabaret y un Casino donde el Bingo, una especie de Lotería que se había puesto de moda, fascinaba a la clase pudiente en La Habana y había generado una prosperidad de tal magnitud que la gerencia podía sostener paralelamente, en diferentes momentos del horario nocturno, la mecánica del Casino y la del cabaret propiamente dicho. 

    De fondo al hervidero de los jugadores, el Casino sostenía un piano bar con un elenco que hoy puede parecer cosa de fantasía donde alternaban, en tandas sucesivas, el Cuarteto D'Aida, ya reconocido a través de sus frecuentes presentaciones en los espacios estelares de la televisión, y un elenco donde se juntaban Frank Domínguez en el piano, César Portillo de la Luz en la guitarra, Salvador Vivar en el bajo, Rolando Laserie en las pailas y Dandy Crawford, el único cantante cubano que se presentaba insertando el recurso vocal del scat, en la interpretación de los más gustados standards de la música norteamericana. Yo, totalmente novata en aquel tránsito entre diciembre de 1956, a un año escaso de haberme iniciado en la creación de canciones,  no acerté a fijar más detalles de la percusión. Mi maestra Cuca, en uno de cuyos coros participaba yo como aficionada, conocedora de mi predilección por el estilo de música que allí se ejecutaba y el esplendoroso desfile de figuras importantes del momento que protagonizaban los shows, consiguió el permiso para que mis padres  dejaran que yo --de su mano--trasnochara. Entrando por la puerta de los artistas, me las arreglé para habilitar un sitio permanente en un murito cercano a la entrada del elenco a la pista desde donde pude devorar las actuaciones de June Christy, Tony Bennet y Sarah Vaughan y, como cosa especial, la presentación de Edith Piaff. Una noche, ya finalizando enero de 1957, logré pasar inadvertida para entrar al piano bar (práctica que conseguiría repetir bastantes veces) luego del show de la gran Sarah,  y fue cuando sonó en mis oídos la frase inocente de Renée Barrios con que inicié el relato de este episodio: "Ven para que conozcas a la voz grave del Cuarteto"

No se me olvida.


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